AVE Y MITO
Año III N° 35
1 de julio de 2020
Texto: Alicia Grela Vázquez
Imagen: Elsa Sposaro
SUMARIO
El colibrí
Sísifo
El colibrí
El colibrí tiene una misión según una leyenda peruana. En ella se cuenta que hace mucho tiempo una terrible sequía se extendió por las tierras de los quechuas. Los líquenes y musgos se redujeron a polvo, y luego las plantas más complejas comenzaron a sufrir por la falta de agua.
Colibrí
El cielo estaba completamente limpio y sin nubes. La tierra recibía los rayos del sol sin recibir alivio alguno. Las rocas comenzaron a agrietarse y el aire caliente levantaba remolinos de polvo. Las plantas y animales morirían, si no llovía pronto.
En esa desolación sólo la planta de qantu, que necesita muy poca agua para crecer y florecer en el desierto resistía tenazmente. Pero hasta ella comenzó a secarse. Al sentir que su vida se le escapaba con cada gota que se evaporaba, puso toda su energía en el último pimpollo que le quedaba.
Qantu, Cantuta o Flor del Inca
Durante la noche, se produjo en la flor una metamorfosis mágica. Con las primeras luces del amanecer, agobiado por la falta de rocío, el pimpollo se desprendió del tallo, y en lugar de caer al suelo reseco salió volando, convertido en colibrí. Zumbando se dirigió a la cordillera.
Pasó sobre la laguna de Wacracocha mirando sediento la superficie de las aguas, sin detenerse a beber. Siguió alejándose, volando cada vez más alto, pues su destino era la cumbre del monte donde vivía Waitapallana. Este dios se encontraba contemplando el amanecer, cuando olió el perfume de su flor preferida, usada para adornar sus ropas y fiestas.
Colibrí
Pero no había ninguna planta a su alrededor. Sólo vio al pequeño y valiente colibrí, oliendo a qantu. Luego de pedirle piedad para la tierra agostada, murió de agotamiento en sus manos. La divinidad miró hacia abajo, y descubrió el daño que la sequía estaba produciendo en la tierra de los quechuas.
Dejó con ternura al colibrí sobre una piedra. Triste, no pudo evitar que dos enormes lágrimas de cristal de roca brotaran de sus ojos y cayeran rodando montaña abajo. Todo el mundo se sacudió mientras caían, desprendiendo grandes trozos de montaña.
Las lágrimas de Waitapallana fueron a caer en el lago Wacracocha, despertando a la serpiente Amarú. Allí, en el fondo del lago, descansaba su cabeza, mientras que su cuerpo imposible se enroscaba en torno a la cordillera por muchos kilómetros. Con sus podía hacer sombra sobre el mundo. Tenía cola de pez y escamas de todos los colores y cabeza llameante, con ojos cristalinos y hocico rojo.
Amarú
El Amarú salió de su sueño de siglos desperezándose y el mundo se sacudió. Elevó la cabeza sobre las aguas espumosas de la laguna y extendió las alas, cubriendo de sombras la tierra castigada. El brillo de sus ojos fue mayor que el del sol. Su aliento fue una espesa niebla que cubrió los cerros.
De su cola de pez se desprendió un copioso granizo. Al sacudir las alas empapadas hizo llover durante días. Y del reflejo de sus escamas multicolores surgió, anunciando la calma, el arco iris. Luego volvió a enroscarse en los montes, hundió la luminosa cabeza en el lago y se durmió nuevamente.
Waitapallana
Pero la misión del colibrí había sido cumplida. Los quechuas aliviados veían reverdecer su imperio, alimentado por la lluvia, mientras descubrían nuevos cursos de agua, allí donde las sacudidas de Amarú hendieron la tierra.
Y cuentan desde entonces, a quien quiera saber, que en las escamas del Amarú están escritas todas las cosas, todos los seres, sus vidas, sus realidades y sus sueños. Y nunca olvidan cómo una pequeña flor del desierto salvó al mundo de la sequía.
La Misión del Colibrí
SÍSIFO
El destino de Occidente quizás quedó trazado desde que (en el tal vez inexistente) certamen literario entre Homero y Hesíodo, triunfó el primero de ellos. Entonces al enfrentarse, se prefirió la guerra (cantada en la Ilíada) y ella venció al trabajo.
Hesíodo Homero
Los poetas homéridas consideraron consecuentemente a Sísifo como el hombre más sabio y astuto. Aún cuando él era un avaricioso asesino, que no reparaba en nada para lograr sus objetivos: incrementar su patrimonio y maximizar sus ganancias.
Los valores culturales y sociales consagrados enfatizaron desde la antigüedad hasta nuestros días el éxito económico y sepultaron, bajo prestigiosas montañas de riquezas todo lo demás. Hasta se vio en él una metáfora simbólica del sol en su periódico movimiento aparente de este a oeste.
Se cuenta que Sísifo fue el único mortal privilegiado al tener por esposa a una de las Pléyades: Mérope. Esta hermosa ninfa, hija del titán Atlas y Pleyone, a esta vergüenza debió su menor brillo estelar.
Zeus la transformó, junto a sus hermanas, en la Constelación de las Palomas, para compensar el sufrimiento por los cinco años en que Orión las persiguió. Aún así, él eterna y lamentablemente las sigue, como cuenta el autor de “Los trabajos y los días”: huyen escapando del cazador, en la oscuridad del cielo nocturno.
Todas ellas integraban el cortejo de Artemisa y con ella compartían su afición por la caza y el deseo de permanecer vírgenes. En el caso de las Siete Cabritas ese anhelo fue frustrado.
Sísifo, audaz y engañador, burló incluso a Tánatos, cuando éste fue a buscarle e incluso consiguió ponerle grilletes, para así impedir la acción fatal. Sólo la intervención de Ares, que lo liberó, permitió que se lo pusiese en el Reino de los Muertos, como estaba fijado.
Tánatos
Pero, antes de ser llevado al País de las Sombras, le hizo prometer a su obediente consorte, que no le hiciera honras fúnebres. Cuando Hades (Plutón), el dios de las profundidades, protestó por esa falta de respeto, el muy falaz le convenció, con el pretexto de castigar a su compañera por la ofensa, de dejarle volver a la superficie terrestre.
Hades
Una vez allí, de vuelta en el mundo de los vivos, se negó a regresar al Inframundo. Pero, fue irónicamente el divino Hermes (protector de comerciantes y ladrones) quien le devolvió al antro subterráneo.
Hermes
Entonces debió cumplir con un reiterado castigo a sus muchas faltas: empujar, por la ladera de una colina y hacia la cima a una roca enorme. Pero, antes de alcanzar ese punto, la gran piedra rodaba hacia abajo y el condenado tenía que repetir la tarea, como se muestra en los frescos de Polignoto.
Sus émulos, dispersos hoy por todo el mundo, aún pueden eludir la condena y enmascarar su rapiña tras falaces apologías a la eficiencia y la democracia. Pero pese a todo no logran ocultar que sólo son plutócratas clasistas. Nosotros lo sabemos… y por eso resistimos.
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