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viernes, 2 de agosto de 2019


AVE Y MITO
Año III  N° 25
agosto  de 2019

Texto: Alicia Grela Vázquez
Imagen: Elsa Sposaro


Jilguero

SUMARIO

Jilguero
Artemisa cazadora

Jilguero

Pablo Neruda
Arte de pájaros.  Editorial Losada, Buenos Aires, 2011




Entre los álamos pasó
un pequeño Dios amarillo:
veloz viajaba con el viento
y dejó en la altura un temblor,
una flauta de piedra pura,
un hilo de agua vertical,
el violín de la primavera:
como una pluma en una ráfaga
pasó, pequeña criatura
pulso del día, polvo, polen,
nada tal vez, pero temblando
quedó la luz, el día, el oro.



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Artemisa cazadora




Si se quisiera hacer un relato de aventuras que no tuviese fin, sólo habría que narrar los hechos de la vida de la diosa griega Artemisa (la cazadora Diana de los romanos). Cada uno de los acontecimientos podría constituirse en un episodio rico en personajes complejos y acciones vinculadas entre sí, en un entramado. El tejido o texto resultante sería un tapiz de una exuberancia y colorido digno de integrar la colección de la obra de Aracné.

La serie estaría abierta a infinitas conexiones que vincularían a inmortales (dioses, titanes y otras criaturas mitológicas) con mortales (héroes y humanos). Para dar comienzo a la propuesta, vaya esta presentación a modo de intento de aproximación.

Artemisa es una maravillosa apertura, incluso desde la lengua, del idioma, ya que hay (y puede establecerse claramente) una relación etimológica entre su nombre y la palabra “osa” en griego. Este vínculo quiso también hacerse real en varias ocasiones. Por ejemplo, antes de contraer matrimonio, las muchachas casaderas pasaban un año sirviendo en su santuario. En ese período eran designadas como “oseznas”.

Esta unión no fue meramente nominal, pues también intentó materializarse, como en el caso relacionado con Calisto, su ayudante, cuando el abusivo Zeus la violó, tomando el aspecto de Artemisa (o de Apolo) engendrándole un hijo (como previamente había hecho con Leto, la madre de la propia Artemisa cazadora).

El padre de dioses y hombres (como era designado Zeus, el Júpiter latino) repitió con la joven asistente, la triste hazaña de la que fue víctima Leto (o Latona) y a la que Artemisa debió su origen. Y, tal como sucedió anteriormente procreó (aunque con engaños) a un nuevo ser, que se llamó “Arcas”, al que corresponde la misma etimología.

Nuevamente intervino la vengativa Hera, quien castigó irracional e injustamente, a la víctima, transformándola en osa. Su trágico destino hizo (con la participación de la resentida diosa) que su hijo en una cacería, casi le diera muerte.

Finalmente, Zeus se compadeció de ellos y los subió al cielo como constelaciones: las de la Osa Mayor y la Osa Menor, confiriéndoles simultáneamente una forma de inmortalidad y permitiendo que permaneciesen muy próximos en el espacio.

Este incidente le replantea a la diosa, adolescente perpetua, su propio origen. La divina cazadora (gracias a la ayuda de Poseidón y Eolo, quienes la ocultaron de la malvada espesa del Supremo), nació en la isla de Delos como resultado de una violación.

Fue en ese preciso momento en que comenzaron sus hazañas. Dado que Ilitía (la diosa encargada de facilitar los partos) tenía prohibido por su ofuscada madre (Hera) ayudar en éste., la pequeña recién nacida ofició de partera en el alumbramiento de su hermano mellizo: Apolo.

Otro gran mérito suyo fue soportar los castigos de Hera, su pérfida madrastra. Se cuenta que cuando ella (la maltratadora) la golpeaba, la pequeña buscaba consuelo en los brazos de su padre (Zeus) que la conformaba.

También se dice algo del pedido que a él la niñita divina, con sólo tres años, le hizo para que diese cumplimiento a sus deseos. El primero fue el de permitir que permaneciese virgen, En esto se igualó a Palas (Atenea Partenós) su hermana aunque a medias, pues tenían madres diferentes.

Su segunda aspiración: tener muchos nombres, también fue satisfecha, ya que se la conoció mucho más aún no sólo por el de origen, sino por el que le dieron y divulgaron los romanos: Diana y además como Hécate, Cariatis, Caria, Cintia, Delia, Selene y Febe (como femenino de Febo, por su hermano Apolo).

Es por eso que expresó su tercera pretensión: ser la dadora de luz (Faesporia). 

Su cuarta apetencia estaba referida a sus atributos: el arco y las flechas de oro y plata. Estos objetos los consiguió en la volcánica isla de Lípari, donde Hefaistos (Vulcano) trabajaba en las artes del fuego con los cíclopes.

Mientras las Oceánides temían a los mitológicos herreros, principalmente por su intimidante aspecto, Artemisa valientemente solicitó y obtuvo de su medio hermano (el hijo de Hera y Zeus) las armas que quería. Las mismas que se constituyeron en su símbolo, junto con el perro, el ciervo y la luna. También reclamó una túnica hasta las rodillas, para que no le entorpeciera en las maniobras de caza. Esta vestimenta funcionó como un verdadero uniforme.

En su quinta ocurrencia  reclamó la entrega de sesenta de las hijas de Océano (todas ellas de nueve años) para integrar su coro.

Su avidez terminaba con el sexto requerimiento: sesenta ninfas amnisíades como doncellas para que cuidaran de sus animales (sus perros: siete hembras y seis machos,  e igual cantidad de ciervos de cornamenta dorada, que ella misma capturara para que tirasen de su carro) y que velaran sus armas (redes, arco y flechas) mientras la diosa durmiese. A las acompañantes y servidoras, vírgenes (como ella) les exigía castidad.

Conseguido todo lo solicitado, comenzó a practicar arquería para mejorar su puntería, disparando sus flechas primero a blancos fijos: los árboles de los bosques y luego a los móviles: las bestias salvajes que los poblaban.

Finalmente, pese a que otras deidades señoreaban sobre distintos ámbitos, señalados por los cuatro elementos (agua, aire, fuego y tierra) en diferentes lugares del cielo, el río, el mar, la tierra y hasta el submundo de las sombras, ella no solicitó se le dedicase ciudad alguna. Apolo, su mellizo, tenía Delos y Palas, a Atenas. Pero la joven cazadora sólo quiso gobernar sobre los montes.

Fuera de esto, sólo demandó ayudar a las mujeres para aliviar los dolores del parto, como cuando debió asistir a su propia madre, tan hábil y precozmente, en el nacimiento de Apolo. Basó su petición en la creencia de haber sido entonces elegida como comadrona por las Moiras (Parcas) que entretejieron así su destino.

Incontables hazañas (por ser muy numerosas no por lo inenarrables) realizó a partir de aquí. Pero, como no son inefables, pues todo puede ser dicho, tanto lo verdadero como lo falso, es así que para la narración de estos hechos mejor será esperar a otro momento que con justicia dé buena cuenta de ellos. 

AVE Y MITO

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