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martes, 2 de octubre de 2018


Ave y Mito


Año II  N° 15
Octubre  de 2018

Texto: Alicia Grela Vázquez
Imagen: Elsa Sposaro

Flamenco




SUMARIO

Las medias de los flamencos

Los trabajos de Hércules (Cuarta Parte)




Las medias de los flamencos
Horacio Quiroga


Horacio Quiroga, el hombre que vivió el salvajismo selvático en su propia vida
Horacio Quiroga


         Cierta vez las víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y a los sapos, a los flamencos, y a los yacarés y a los peces. Los peces, como no caminan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del río, los peces estaban asomados a la arena, y aplaudían con la cola.

         Los yacarés, para adornarse bien, se habían puesto en el pescuezo un collar de plátanos, y fumaban cigarros paraguayos. Los sapos se habían pegado escamas de peces en todo el cuerpo, y caminaban meneándose, como si nadaran.

        Y cada vez que pasaban muy serios por la orilla del río, los peces les gritaban haciéndoles burla.
 Las ranas se habían perfumado todo el cuerpo, y caminaban en dos pies. Además, cada una llevaba colgada, como un farolito, una luciérnaga que se balanceaba.

         Pero las que estaban hermosísimas eran las víboras. Todas, sin excepción, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo color de cada víbora.

Las víboras coloradas llevaban una pollerita de tul colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tul amarillo; y las yararás, una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo de ladrillo y ceniza, porque así es el color de las yararás.

 Y las más espléndidas de todas eran las víboras de que estaban vestidas con larguísimas gasas rojas, y negras, y bailaban como serpentinas. Cuando las víboras danzaban y daban vueltas apoyadas en la punta de la cola, todos los invitados aplaudían como locos.

 Sólo los flamencos, que entonces tenían las patas blancas, y tienen ahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, sólo los flamencos estaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia, no habían sabido cómo adornarse. Envidiaban el traje de todos, y sobre todo el de las víboras de coral.

Cada vez que una víbora pasaba por delante de ellos, coqueteando y haciendo ondular las gasas de serpentinas, los flamencos se morían de envidia.



        
 Un flamenco dijo entonces:
         —Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos medias coloradas, blancas y negras, y las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.
         Y levantando todos juntos el vuelo, cruzaron el río y fueron a golpear en un almacén del pueblo.
         — ¡Tan-tan! —pegaron con las patas.
         — ¿Quién es? —respondió el almacenero.
         —Somos los flamencos. ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
         —No, no hay —contestó el almacenero—. ¿Están locos? En ninguna parte van a encontrar medias así. Los flamencos fueron entonces a otro almacén.

Las Medias de los Flamencos




         — ¡Tan-tan! ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras?
         El almacenero contestó:
         — ¿Cómo dice? ¿Coloradas, blancas y negras? No hay medias así en ninguna parte. Ustedes están locos.              ¿Quiénes son?
        —Somos los flamencos— respondieron ellos. Y el hombre dijo:
         —Entonces son con seguridad flamencos locos.
         Fueron a otro almacén.
         — ¡Tan-tan! ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
         El almacenero gritó:
         — ¿De qué color? ¿Coloradas, blancas y negras? Solamente a pájaros narigudos como ustedes se les ocurre      pedir medias así. ¡Váyanse en seguida!
         Y el hombre los echó con la escoba.

         Los flamencos recorrieron así todos los almacenes, y de todas partes los echaban por locos.
         Entonces un tatú, que había ido a tomar agua al río se quiso burlar de los flamencos y les dijo, haciéndoles un gran saludo:
         — ¡Buenas noches, señores flamencos! Yo sé lo que ustedes buscan. No van a encontrar medias así en ningún almacén. Tal vez haya en Buenos Aires, pero tendrán que pedirlas por encomienda postal. Mi cuñada, la lechuza, tiene medias así. Pídanselas, y ella les va a dar las medias coloradas, blancas y negras.
         Los flamencos le dieron las gracias, y se fueron volando a la cueva de la lechuza.
Y le dijeron:
         — ¡Buenas noches, lechuza! Venimos a pedirte las medias coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile de las víboras, y si nos ponemos esas medias, las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.
         — ¡Con mucho gusto! —respondió la lechuza—. Esperen un segundo, y vuelvo en seguida.
         Y echando a volar, dejó solos a los flamencos; y al rato volvió con las medias. Pero no eran medias, sino cueros de víboras de coral, lindísimos cueros recién sacados a las víboras que la lechuza había cazado.
         —Aquí están las medias —les dijo la lechuza—. No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar.



 Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendían bien qué gran peligro había para ellos en eso, y locos de alegría se pusieron los cueros de las víboras como medias, metiendo las patas dentro de los cueros, que eran como tubos. Y muy contentos se fueron volando al baile.
         Cuando vieron a tos flamencos con sus hermosísimas medias, todos les tuvieron envidia. Las víboras querían bailar con ellos únicamente, y como los flamencos no dejaban un Instante de mover las patas, las víboras no podían ver bien de qué estaban hechas aquellas preciosas medias.
 Pero poco a poco, sin embargo, las víboras comenzaron a desconfiar. Cuando los flamencos pasaban bailando al lado de ellas, se agachaban hasta el suelo para ver bien.
         Las víboras de coral, sobre todo, estaban muy inquietas. No apartaban la vista de las medias, y se agachaban también tratando de tocar con la lengua las patas de los flamencos, porque la lengua de la víbora es como la mano de las personas. Pero los flamencos bailaban y bailaban sin cesar, aunque estaban cansadísimos y ya no podían más.
         Las víboras de coral, que conocieron esto, pidieron en seguida a las ranas sus farolitos, que eran bichitos de luz, y esperaron todas juntas a que los flamencos se cayeran de cansados.
         

Efectivamente, un minuto después, un flamenco, que ya no podía más, tropezó con un yacaré, se tambaleó y cayó de costado. En seguida las víboras de coral corrieron con sus farolitos y alumbraron bien las patas de! flamenco. Y vieron qué eran aquellas medias, y lanzaron un silbido que se oyó desde la otra orilla del Paraná.
         — ¡No son medias!— gritaron las víboras—. ¡Sabemos lo que es! ¡Nos han engañado! ¡Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias! ¡Las medias que tienen son de víboras de coral.
 Al oír esto, los flamencos, llenos de miedo porque estaban descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pudieron levantar una sola pata. Entonces las víboras de coral se lanzaron sobre ellos, y enroscándose en sus patas les deshicieron a mordiscones las medias. Les arrancaron las medias a pedazos, enfurecidas y les mordían también las patas, para que murieran.
         Los flamencos, locos de dolor, saltaban de un lado para otro sin que las víboras de coral se desenroscaran de sus patas, Hasta que al fin, viendo que ya no quedaba un solo pedazo de medias, las víboras los dejaron libres, cansadas y arreglándose las gasas de sus trajes de baile.
         Además, las víboras de coral estaban seguras de que los flamencos iban a morir, porque la mitad, por lo menos, de las víboras de coral que los habían mordido eran venenosas.




         Pero los flamencos no murieron. Corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandísimo dolor y sus patas, que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las víboras. Pasaron días y días, y siempre sentían terrible ardor en las patas, y las tenían siempre de color de sangre, porque estaban envenenadas.
         Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora todavía están los flamencos casi todo el día con sus patas coloradas metidas en el agua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas.
         A veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por tierra, para ver cómo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven en seguida, y corren a meterse en el agua. A veces el ardor que sienten es tan grande, que encogen una pata y quedan así horas enteras, porque no pueden estirarla.
         Esta es la historia de los flamencos, que antes tenían las patas blancas y ahora las tienen coloradas. Todos los peces saben por qué es, y se burlan de ellos. Pero los flamencos, mientras se curan en el agua, no pierden ocasión de vengarse, comiéndose a cuanto pececito se acerca demasiado a burlarse de ellos.



Los trabajos de Hércules
Cuarta Parte

Es necesario justificar la realización de los Trabajos de Hércules. Ellos se deben a un conjunto de hechos que llevaron a ello. A saber: Creonte en reconocimiento por la victoria obtenida, ofreció sus hijas a Hércules y su hermano Ificles.  El semidiós tomó a Megara como esposa. Con ella tuvo tres hijos varones: Terímaco, Creontíades y Deicoonte. Paralelamente, Ificles esposó a Automedusa, a la que después de procrear a sus tres niños, abandonó.

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Hércules matando a sus hijos – A. Turchi

También se dice que Hera lo indujo a la locura que lo hizo asesinar a su esposa, sus hijos y dos de los de su hermano. Sólo sobrevivió su sobrino Yolao. Horrorizado por su sangrienta masacre, se hubiese suicidado, pero el oráculo de Apolo le dijo que podría purgar su culpa, si fuese a servir al rey de Micenas, su primo Euristeo. Éste ordenó, en principio diez trabajos, pero dos no se los tomó en cuenta por haber recibido ayuda externa para realizarlos. Así fue le sumó dos más.

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  Hera y Euristeo

De algún modo se lo consideró inimputable y se le otorgó el beneficio de lo que hoy sería una probation, como si se tratase de un caso delictivo menor. El emparentado monarca le impuso como desafío una serie de tareas de muy difícil realización y cumplimiento: los trabajos de Hércules. Todos ellos remiten a Hera, por la región o el viviente involucrado. Siempre son violentas, pues implican robo o muerte.

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Hera

La captura del Toro de Creta fue el séptimo de los trabajos de Hércules. Se tornó necesario apresarlo, porque el animal enviado por Poseidón (Neptuno) estaba causando muchos daños. El dios del mar lo había mandado para que el rey Minos lo sacrificara en su honor. Pero el monarca al ver su excelente porte, no lo hizo, sino que lo usó de reproductor.

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Pasifae y el Toro  

Afrodita entonces hizo que la reina Pasifae se apasionara del animal y contratase al ingenioso Dédalo  para construir un dispositivo (una vaca hueca) que permitiese su unión. De ella resultó un engendro: el Minotauro. El remitente hizo que su envío enloqueciera y se tornase nocivo para los cretenses.

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Hércules y el Toro de Creta


Hércules y el Toro de Creta - Liebig

Hércules con sus manos capturó vivo al toro y lo llevó al rey de Micenas. Euristeo lo ofreció a Hera, quien lo rechazó. Por esa razón la bestia quedó en libertad y continuó causando daños entre los pobladores, hasta que el héroe Teseo le dio muerte con su espada.

Hércules y el Toro de Creta - César von der Wetter

La siguiente labor de Hércules, su octavo trabajo, consistió en atrapar con vida a las Yeguas del Gigante Diomedes. Éstas eran cuatro equinos antropófagos, conocidos también con el nombre de su lugar de origen: Tracia. Eso implicaba robarlas, para lo cual necesitó asistentes, entre los cuales estaba uno de sus favoritos: Abdero.


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Las Yeguas de Diomedes

Los animales, cuyo comportamiento era incontrolable, se dijo que por la dieta de carne humana. Mientras Abdero las vigilaba, ellas lo devoraron. Hércules tomó venganza por la muerte de su erómenos. También honró a su amigo fundando la ciudad de Abdera, junto a la tumba de su compañero muerto.

Yeguas de Diomedes
Las Yeguas de Diomedes

Aunque hay diferentes versiones sobre los hechos, una de ellas cuenta que Hércules mató con un hacha a Diomedes y se lo dio a las yeguas para que se lo comieran. Las bestias ya calmadas pudieron ser atadas por el héroe al carro del gigante y trasportadas hasta la ciudad gobernada por Euristeo, quien las dedicó a Hera.

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Abdero y las Yeguas de Diomedes – Gustave Moreau

Hay versiones míticas que cuentan que, al ser rechazadas por la diosa Juno, fueron dejadas en libertad. Mientras otras variantes afirman que le fueron ofrecidas a Zeus para el sacrificio, que el supremo declinó. En cambio, el padre de dioses y hombres envió a lobos, osos, leones y otras alimañas feroces a que dieran cuenta de ellas.

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Abdero y las Yeguas de Diomedes

El rey Euristeo deseaba conseguir para su hija Admete el cinturón de oro que el dios Ares (Marte) regaló a la reina Hipólita, por ser él su padre. Para apropiarse de esta joya le encomendó a Hércules un nuevo trabajo: arrebatérselo a su legítima dueña. La tribu de las Amazonas era famosa por muchas razones: era una comunidad exclusivamente femenina con habilidades para la guerra.

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Las Amazonas

Hércules fue acompañado en esa expedición por muchos de sus amigos, llevados por la curiosidad que les daba coraje. A todos ellos las Amazonas los recibieron amable y gentilmente. Fueron sus generosas anfitrionas. La reina, seducida por Hércules decidió entregar voluntariamente el regalo paterno.

Estos sucesos disgustaron a Hera, quien decidió intervenir sembrando desconfianza entre las Amazonas y los expedicionarios. Fueron enfrentados bélicamente entonces los dos bandos, por origen y sexo. En la lucha Hércules hiere de muerte a la reina Hipólita y le quita el cinturón dorado, tan codiciado por su primo.

Euristeo, el rey de Argólida en Micenas, recibe el cinturón de Hipólita, hija de Ares, el dios de la Guerrade manos del héroe Heracles, su matador y lo entrega a su hija, la princesa Admete. Ella conservó la prenda como reliquia en el altar de la suprema diosa Hera argiva de quien era sacerdotisa.

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Admete

En otras circunstancias, cuando unos piratas intentaron sin éxito, llevarse del templo la imagen de Juno, y la nave no pudo zarpar por la falta de viento que la impulsase, se interpretó que quería ella permanecer en ese lugar, como luego consideraría religiosamente el cristianismo ante hechos similares, personificando las fuerzas naturales.

Admete (pronounced ad-MEET-ee) is the Greek Goddess of Unmarried Women. She is one of the Okeanides, the 3000 daughters of Tethys and Okeanos, Goddess and God of the Oceans. Admete was one of the Okeanides who were attending Persephone when she was abducted by Hades. Her name means “unwedded.” Illustration: Sir Lawrence Alma-Tadema- A Greek Woman 1869
Admete

Pero aún faltaba mucho más para cumplir con su labor. Fue por eso que el cine de aventuras no pudo eludir la atracción de Hércules, razón por la cual hizo muchas recreaciones de las hazañas del mitológico héroe. La TV siguió ese ejemplo. Más recientemente los dibujos animados y las historietas (comics) lo acercaron al público infantil. La escritora Agatha Cristie transformó al semidiós en Hércules Poirot, protagonista de su  novela policial Los trabajos de Hércules.


AVE Y MITO

  Ave y Mito  Año IV N° 45 Junio de 2021 Texto: Lic. Alicia Grela Vázquez Imagen y Edición: Prof. Elsa Sposaro Sinsonte - Elsa Sposaro S...